Tener a la familia como primera e indispensable educadora.
La familia es el primer y más indispensable sujeto educador, debe asegurar la construcción de personas con valores, abiertas, responsables, dispuestas a la escucha, al diálogo y la reflexión. Así podemos reconstruir el tejido social generando un nuevo humanismo, más solidario.
Nadie duda de que la familia cumple una función educativa primordial, pues es la institución que nos acoge al nacer, con la que mantenemos un vínculo continuo a lo largo de la vida y en donde aprendemos los hábitos intelectuales y morales más básicos. Sin embargo, la familia ha tendido (tal vez como un efecto de la ilustración y la modernidad) a delegar cada vez más parte de su función educativa en la escuela. Y ello hasta el punto de que hoy muchos definen a las escuelas como “parqueaderos de niños”, es decir, como el lugar donde los padres dejan estacionados a sus hijos mientras se van a trabajar. Aunque este es un fenómeno que se vio transformado por la presencia regular de los niños y los padres durante la pandemia, la verdad es que todos percibimos una ruptura de la escuela con la vida con graves consecuencias pedagógicas: se desprecia el aprendizaje natural del niño (solo vale lo que aprende en la escuela) y, sobre todo, se desliga el conocimiento de la vida. Aquí hay una inquietud de fondo: ¿cómo superar esta ruptura de la escuela con la vida familiar y social?, ¿cómo restablecer los vínculos orgánicos entre familia, escuela y sociedad? Hay experiencias pedagógicas muy valiosas que nos pueden ayudar a pensar estos asuntos, como la de la Escuela Experimental de la Universidad de Chicago, liderada por el filósofo y pedagogo John Dewey.
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